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Arcaico, inútil y vetusto

Ya no sé si soy pero no estoy, o si estoy pero no soy

Día 06/07/2010 - 23.05h
Apunto ya de concluir el Mundial de Suráfrica, descubro que es la primera vez —desde México 70— que no he visto ni un solo partido de un Mundial. Y aunque hubiera querido igual no habría podido, porque no sé programar el cacharro de la TDT. Tengo la antena y tengo el aparato de marras, pero me ha sido imposible atinarle a los botones correctos. Por lo tanto, en casa ya no vemos la televisión y de no ser por el mundial, ni siquiera sería consciente. Pero a todo se acostumbra uno. Incluso a la amputación del fútbol.
Mi incapacidad para sintonizar la TDT me ha llevado a reparar en todas las cosas en las que voy rezagado. Por ejemplo, todavía empleo mi viejo programa de correo electrónico Eudora 5.1, que descargué en 1998. Las webmail me aturrullan y el Outlook me parece complicadísimo. Lo mismo pienso del procesador de textos, ya que me costó tanto abandonar el Word Perfect 5.1 y aprender el Word, que sigo usando la versión del año 1997. Así, cada vez que alguien me manda un texto grabado en la última versión de Word, ni siquiera lo puedo abrir. ¿Debería añadir que el único Windows que sé manipular es el XP? Pronto seré incompatible con casi todos los ordenadores del planeta.
Por otro lado, hace cosa de un mes quise cambiar el tóner de mi impresora láser comprada en 1994, y en la tienda se rieron de mí. ¿Por qué la gente se extraña de que uno siga usando una impresora que imprime bien? Hace poco jubilé mi Canon BJ10e —la primera impresora de inyección de tinta del mercado— tan sólo porque los propios técnicos de la multinacional se negaron a repararla. Todo el mundo jura que sale más barato comprar una impresora nueva que arreglar una vieja. Un desperdicio.
En cuanto a los teléfonos móviles, hace como seis años me pasé a los «smartphones» e hice un esfuerzo sobrehumano para aprender a utilizar las funciones básicas del Treo 650 de Palm (agenda, mensajes y llamadas), ya que jamás conseguí hacer fotos, escuchar música, conectarme a internet o recibir correos electrónicos. Por lo tanto, del procesador de textos mejor ni hablo. Sé que existe y que está dentro del teléfono, al igual que una docena de programas que nunca me he atrevido a explorar. Por si no fuera suficiente, el Treo 650 ha sido retirado del mercado, HP ha comprado Palm a precio de saldo y ya no es posible adquirir ni auriculares ni manos libres. Para colmo de males mi proveedor de telefonía móvil me quiere regalar un teléfono de última generación, sin considerar que yo soy de la primera generación y en consecuencia incompatible. Lo peor que podría pasarme es que me regalen un iPhone, porque no sería capaz de encenderlo.
Sé que soy arcaico, inútil y vetusto, pero me consta que existe un número indeterminado de personas que son como yo, y que permanecen ajenas y rezagadas respecto de los últimos adelantos de la modernidad. Mi equipo de música, por ejemplo, es de fines de los 80 y no reproduce mp3. Mi coche, por caso, es de 1998 y no quiero ni pensar en que me obliguen a jubilarlo aunque siga funcionando. No sé chatear, no quiero blogs, mi cámara fotográfica usa carrete y no pienso integrarme a ninguna red social.
Ya no sé si soy pero no estoy, o si estoy pero no soy.
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